Se acerca el 25 de noviembre, Día internacional en contra de la violencia hacia las mujeres. Más allá de que nos guste más o menos tener “días” que conmemoren, celebren o denuncien realidades sociales, este día como los demás se convierten en una fecha señalada para volver a traer a colación esta lacra social que necesita de su erradicación por las graves consecuencias que afectan a la justicia y la libertad humanas, especialmente de las mujeres, las jóvenes y las niñas.
Estamos casi a finales de mes y a 4 de noviembre en el Estado Español, según datos oficiales del Ministerio de la Presidencia, Relaciones con las Cortes e Igualdad, han sido asesinadas 51 mujeres a manos de sus parejas o exparejas, y 3 menores. Son 1.027 asesinadas desde 2003.
Los datos son alarmantes y aunque aún quede mucho por hacer (ahí tenemos el Pacto de Estado contra la Violencia de Género sin desarrollar completamente, y los ataques de la extrema derecha) es importante recoger que últimamente estamos viendo como la violencia contra las mujeres se está teniendo en cuenta en las diferentes agendas políticas como lacra social que es.
Este hecho importante se lo tenemos que agradecer al Movimiento Feminista que desde sus inicios plantea que la violencia contra las mujeres en todas sus manifestaciones no es un problema personal y privado, sino que es un atentado contra los derechos humanos y por tanto es un problema social y político. Gracias también al Movimiento Feminista y a las investigaciones realizadas desde esta perspectiva ahora sabemos cuál es la magnitud del problema, que la causa fundamental está en la estructura social patriarcal, y que sus consecuencias afectan a la sociedad en su conjunto, de manera más cruenta a las mujeres y niñas
Ciertamente, vivimos en una sociedad sexista, es decir, en una sociedad donde a las mujeres se las discrimina por el mero hecho de serlo. Los datos que lo demuestran son muchos y no nos detendremos en ellos, pero solo hay que leer las noticias y ver las cifras del paro femenino, el número de mujeres asesinadas a manos de sus parejas o exparejas, la mayor dificultad de las jóvenes en encontrar su primer empleo, la precariedad laboral que sufren las mujeres y en mayor medida las mujeres migradas, el número de violaciones y agresiones sexuales, la doble discriminación que sufren las mujeres racializadas o con diversidad funcional, las dificultades de conciliación entre la vida personal y laboral, el llamado techo de cristal, la discriminación del colectivo LGTBI, especialmente las lesbianas, los datos de la prostitución, la trata y la pornografía, los vientres de alquiler, y un largo etc.
A mujeres y hombres, desde la infancia, nos educan en función de una serie de clichés, denominados estereotipos y roles sexistas, que conforman lo que socialmente se denomina como lo masculino y lo femenino y cuya función principal es perpetuar el sexismo existente. Salirse de ese cliché supone no acatar la norma social, hecho que suele tener como consecuencia el castigo social. Acordémonos a modo de ejemplo de las películas “Billy Elliot” o “Yo quiero ser como Beckham” y las dificultades que viven un niño y una niña que se salen del rol establecido. Películas, ciertamente, pero que reflejan esta realidad.
Además de los roles y estereotipos sexistas, están los modelos de relación dominación-sumisión, relaciones de poder que se reflejan en la pareja, las amistades, en el trabajo, etc. y que nos acompañan, porque al igual que los primeros, son aprendidos de manera implícita y los reproducimos de manera inconsciente.
El uso sexista del lenguaje, un modelo de sexualidad genital y falocéntrica, la desvalorización del trabajo doméstico y reproductivo, la invisibilización de las aportaciones de las mujeres a la ciencia, a la historia, a la tecnología, al bien común, la valoración de lo femenino como malo, menos, peor… todo eso, contribuye también al mantenimiento de la violencia sexista y por tanto también del patriarcado. Ya que es el instrumento que este posee para perpetuarse.
Sabemos de qué hablamos y sabemos cómo combatirlo. Multitud de investigaciones, estudios, leyes, decretos, planes, a nivel nacional e internacional, lo avalan. Solo con cumplir lo que pone en esos papeles haría mucho más fácil la tarea de acabar con el patriarcado.
Las mujeres hartas de la dejación política, de sentencias cuando menos injustas, de la desprotección a la que las someten las instituciones, han salido a la calle. Dicen que el 8 de marzo de 2018, marca el inicio de la cuarta ola feminista. Multitud de mujeres y no pocos hombres llenaron y siguen llenado las calles para decir basta ya de tanta opresión, y a favor del bien común, de la libertad, la justicia y la igualdad real entre hombres y mujeres.
El primer fin de semana de noviembre se desarrollaron las V Jornadas feministas de Euskal Herria. 3.000 mujeres se juntaron para debatir sobre los diferentes temas que ocupan hoy en día al Movimiento Feminista vasco. El mismo fin de semana, en Madrid, el Claustro Virtual de Coeducación celebró su II Congreso de Coeducación con éxito de aforo y de propuestas. Sentipensaron (como dicen ellas) acerca de la coeducación y el futuro de la enseñanza no sexista del país, con históricas de la coeducación como Amparo Tome, Marina Subirats o Elena Simón.
Hay esperanza, aunque la ultraderecha campe a sus anchas, aunque el Pacto de Estado contra la Violencia de Género esté parado, a pesar de las pintadas y amenazas sufridas en locales feministas, aunque los papeles sean eso, papeles y no realidad, la sociedad empujada por el movimiento feminista está diciendo que no, que este mundo no lo queremos así, y que el futuro pasa por erradicar este patriarcado neoliberal que está en contra de los derechos fundamentales de las personas y que está acabando con la tierra.
Llegamos a este punto y toca un cambio de conciencia personal y colectivo.
A nivel individual nos toca hacernos conscientes de hasta donde reproducimos y perpetuamos estos roles y estereotipos, estas relaciones de dominación-sumisión, este lenguaje, esta sexualidad, hasta donde visibilizamos la realidad y la experiencia singular de las mujeres… hasta donde con nuestras creencias, actitudes y comportamientos reproducimos el patriarcado.
Hasta donde ponemos el cuidado y a las personas en el centro de la vida, hasta donde, cada cual desde su ego reproduce el patriarcado. Hasta donde somos capaces de cuestionarnos la masculinidad hegemónica, o de soltar una feminidad sumisa y enferma, ambas, masculinidad y feminidad, dictadas por un patriarcado feroz que lo único que busca son personas alienadas y sin libertad.
Este día, como el 8 de marzo, es una buena excusa para empezar (si no hemos comenzado ya) a revisarnos y revisar nuestro entorno. Para empezar a cambiarnos poco a poco, para que la onda expansiva sea cada vez más grande y se una a otras ondas expansivas desde la lógica del amor y no del odio, desde la paz y no de la violencia, en definitiva desde los seres humanos reales que somos y no desde los seres (no humanos) que el patriarcado nos ha hecho creer que somos.
¿Te atreves a ser el cambio que se avecina?